Villamayor
"LA SORPRESA DE BULHACA" Y "EL VIAJE DE BULHACA"
Dos cuentos colaborativos creados por los usuarios de la Biblioteca Pública de Villamayor
Publicado el 13/06/2018

“La sorpresa de Bulhaca”  y "El viaje de Bulhaca" son los dos cuentos colectivos cola-borativos creados por familias usuarias de la Biblioteca Pública de Villamayor, en el marco del proyecto de animación a la lectura “L Burro i La Biblioteca” desarrollado del 16 de enero al 8 de mayo de 2018.

Una frase de inicio y otra de final establecidas previamente por la Biblioteca, y una aportación máxima por familia de 25 líneas en for­mato Times News Roman tamaño 11 eran los únicos requisitos para participar de este proyecto.

Una vez establecido el orden de participación de las familias, la Bi­blioteca, a través del correo electrónico, facilitaba el texto preceden­te para ser completado por la siguiente familia a modo de carrera de relevos.

El resultado de esta colaboración creativa son estos textos, connvertidos en cuentos.

“Bulhaca”, la protagonista, es la burrita que la Biblioteca Pública de Villamayor tiene adoptada con AEPGA en el municipio de Atenor (Mi­randa do Douro, Portugal).

“L Burro i La Biblioteca” es un proyecto de animación a la lectura de la Biblioteca Pública de Villamayor y AEPGA. Este cuento es Sin © Sin ®, tan sólo te pedimos que si lo utilizas o difundes, menciones a sus creadores.

 

Bulhaca abrió y cerró los ojos tres veces seguidas. Estaba sorpren­dida, todo lo que veía a su alrededor era asombroso, verde, fresco, un verdadero manjar para su panza y una hermosa alfombra de hierba y flores para sus pequeñas pezuñas. Sólo tenía que ponerse a correr y brincar para empezar a disfrutar de aquel paraíso floral. Volvió a cerrar los ojos para comprobar que no era un sueño como aquellos que tenía durante sus tranquilas siestas y, al abrirlos, se dio cuenta de que todo era real y era, simplemente, genial. Empezó a rebuznar, y con sus rebuznos atrajo la atención de sus amigos, los burros que compartían con ella aquel hermoso lugar. Ninguno de ellos comprendía cual era el motivo por el que Bulhaca estaba tan entusiasmada y exaltada aquella mañana, una mañana de prima­vera como cualquier otra, en la que el sol comenzaba a tener fuerza y los pájaros cantaban alegremente.

Era el primer día de Bulhaca en su nuevo hogar. Un lugar que desde el primer momento, le había parecido maravilloso. Un lugar que ni en los mejores sueños Bulhaca habría podido imaginar. Tras varios minutos de euforia descontrolada, Bulhaca se tranquilizó y ,entre tanto, el burro más viejo de la manada de nombre Jeremías, el más sabio, le preguntó, que cual era el motivo de su enorme alegría.

De repente, Bulhaca lo miró con unos ojos tan grandes y abiertos que parecían dos hermosas, brillantes y redondas lunas en una no­che oscura de invierno.

- ¿ Y tú me lo preguntas, Jeremías, siendo el burro más anciano del lugar? Simplemente mira detenidamente a tu alrededor.

En ese instante, todos los asnos giraban al unísono sobre sus pa­tas traseras como si formasen parte de una de esas norias en las que algunos de ellos seguramente habrían trabajado la mayor par­te de sus vidas , observando cada detalle del inmenso paisaje que les rodeaba. Pero de repente Bulhaca se quedó inmóvil, tan quieta que parecía paralizada, con la vista perdida a lo lejos como si de un inmenso océano que no termina nunca se tratase. Y antes de que Jeremías pudiera responder, Bulhaca formuló otra pregunta con aire intrigante y misterioso:


- ¿ Qué es aquel prominente lugar que se observa allí a lo lejos?

- Es la Montaña Mágica, donde cuenta la leyenda que quien la visi­ta le suceden cosas extraordinarias, aventuras interminables, mis­terios inexplicables, historias que perduran en el tiempo

Bulhaca ni siquiera parpadeaba, escuchaba como anonadada, sin perder detalle de cada palabra que salía por la boca de Jeremías y desde ese mismo instante su imaginación volaba, volaba y volaba hacía aquella desconocida pero deseosa e intrigante Montaña.

Sin darse cuenta de lo que estaba pasando, Bulhaca empezó a ca­minar sin poder evitarlo. Ella intentaba quedarse quieta. Pero era incapaz de controlar sus patas plateadas. Pese a la incertidumbre, una fuerte sensación de bienestar y curiosidad se apoderaron de ella a medida que se acercaba hacia aquellas preciosas y sugeren­tes montañas.

A los pocos minutos, se encontró rodeada de maravillosas flores con pétalos gigantes, pájaros con melena de león y plumaje acuá­tico, árboles con frutas sonrientes y charlatanas, piedras elásticas y danzantes... Un lugar sorprendente y fantástico que olía a hierba­buena y caramelo.

Repentinamente, sin tiempo para asimilar tanta belleza agreste, Bulhaca se vio sorprendida por una mano anciana, suave y miste­riosa, que empezó a acariciarle el hocico...

¿Quién eres tú? Le pregunto Bulhaca. Yo soy el mago Carir, el pri­mer habitante de este maravilloso lugar, ¿y tú? Nunca te había vis­to por aquí, ¿te has perdido? Le contestó el mago. Bulhaca estaba tan hipnotizado que no sabía quén decir.

- Bu bu bueno yo yo soy bu bu Bulhaca y un amigo mío me ha dicho que en este lugar puedo alcanzar mi gran sueño.

De repente sonó un chirriante sonido que no se sabía muy bien de dónqde procedía. El mago en ese mismo instante desapareció y Bulhaca cuando se quiso dar cuenta todo se había convertido en color morado. Bulhaca asustado gritaba:

- ¡Carir, Carir ¡donde estás que no te veo! Pensando que todo consis­tía en un juego y que Carir estaba escondido se dispuso a ir en su busca, así que iba caminando e iba cantando “jugando al escondite en el bosque apareció, cuando de repente aparecie­ron frente a él...¡todos sus amigos! Estaban en un inmenso va­lle verde, sin rastro de la Montaña Mágica.

Se dio cuenta que había encontrado a Carir. No se escondía, se hallaba allí delante, de pie, acariciando a Jeremías quien agra­decía los cuidados del anciano. Y cerca de ellos repartidos por el prado estaban el resto de compañeros. Bulhaca se dio cuenta que ya no eran los únicos habitantes del valle. Niños, como los que muchos de ellos habían visto en la Noria, se encontraban entre ellos sobre el prado primaveral, les daban zanahorias, cepillaban su lanudo pelaje, cantaban, jugaban. Niños y Asnos comían reían y disfrutaban del Sol.

Fue entonces cuando se percató. Los demás, aquellos que no habían entendido su alegría, parecían mas felices que cuando ella se había ido; como si vieran el verde y florido prado tan extraordinario como aquella mañana de primavera le había pa­recido a ella.

La montaña había concedido su deseo a Bulhaca: un hogar. No sólo para ella, también para el resto de sus compañeros, jun­tos y felices podrían vivir nuevas y grandes aventuras.

Bulhaca estaba confusa pero inmensamente feliz. Por fín comprendió lo que sucedía: los humanos habían conseguido convivir en armonía con su especie. Bulhaca y sus amigos ya nunca serían utilizados, ahora serían amados y respetados en igualdad de condiciones. Allí estaban los niños como símbo­lo de pureza y amor; allí estaban los burros como símbolo de fidelidad y entrega; allí estaba Carir como hombre sabio, bue­no y creador de tal paraíso, casi mágico. La simbiosis de todo aquello era perfecta, pareciera estar dentro de un cuento, flo­tando entre las nubes o en globo, temía despertar por si era un sueño, quería detener el tiempo justo en ese instante. Pero no había lugar para el temor ni la inseguridad, cada día en la montaña sería mágico.

Bulhaca se recosto, había sido un día con demasiadas emocio-nes...esperaba ansiosa la llegada de nuevos niños...“Bulhaca abrió y cerró los ojos tres veces seguidas. Estaba de nuevo en Atenor. Todo había sido un sueño”.

Bulhaca abrió y cerró los ojos tres veces seguidas. Estaba sorpren­dida, aquel lugar no lo había visto nunca, pero era precioso. Se en­contraba frente a un inmenso lago de aguas cristalinas y rodeadas de frondosa vegetación. De repente se preguntó cómo había llega­do hasta allí y al girar la cabeza vio a su fiel amigo Nico que estaba tan sorprendido como ella.

 

Bulhaca vivía en una granja de un pequeño pueblo portugués. Allí la vida era muy tranquila, había pocos animales y su dueño les tenía un cariño especial a cada uno de ellos. Ella se pasaba el día con su madre pastando en un gran prado verde y jugando con un simpático perro llamado Nico con el que había forjado una bonita amistad. Ambos se habían criado juntos, eran traviesos e intrépi­dos y ya habían protagonizado algunas travesuras que no habían gustado a la madre de Bulhaca, que a menudo reprendía a su hija porque se dejaba llevar demasiado por su amigo Nico. En sus pocos meses de vida ya había recorrido el pueblo, las afueras e incluso había llegado a los pueblos cercanos siguiendo al atrevido Nico.

Bulhaca era aventurera y quería conocer nuevos lugares, así que un día Nico y ella decidieron que viajarían para explorar el mundo, querían ver que había más allá de su pequeño pueblo. Aprovecha­ron los primeros rayos de luz del día, antes de que amaneciera, cuando todos dormían, para emprender su viaje. Caminaron noche y día durante tres días sin apenas descanso. El tercer día cuando el sol desapareció en el horizonte ya no podían más, estaban exhaus­tos, así que decidieron descansar y seguir su camino al amanecer. Estaban en medio de un pinar y allí mismo se tumbaron y durmie­ron plácidamente.

Al despertar, sólo fue necesario recorrer doscientos metros para contemplar aquel precioso paisaje. Estaban muy lejos de su gran­ja y por un momento dudaron si deberían regresar o continuar su viaje. Pero Bulhaca enseguida lo tuvo claro, cuando regresaran se iban a encontrar a su mamá y a su dueño muy enfadados, así que disfrutarían al máximo de esta aventura antes de volver. Siguieron caminando cuando de pronto Nico se acordó que la gente del pue­blo le había hablado mucho de aquel misterioso lugar, era “el Gran Lago de Sanabria”.

Entonces Bulhaca se acordó de cómo un día su dueño hablaba con un vecino de la tragedia que en ese paraje aconteció hacía ya mu­chos años. Bulhaca comenzó a contarle a Nico la historia de la riada y cómo por la mala cabeza de los hombres había ocurrido aquello.

Siguieron caminado los dos amigos cuando, a lo lejos, comenza­ron a ver una estatua que recordaba todo aquello. A medida que caminaban hacia aquella estatua veían que una anciana les hacía señas para que se acercaran a ella.Esa anciana les recordaba a las mujeres mayores que había en su pueblo. Pequeña, enjuta, vestida de negro y con un pañuelo en la cabeza. Cuando estuvieron lo su­ficientemente cerca de aquella ancana, ésta les dijo algo que dejó helados a los dos amigos.

“Carpe Diem”...eso fue lo que aquella pequeña, enjuta y vestida de negro anciana les dijo. Bulhaca y Nico lo repitieron en voz alta, sorprendidos y mirándose entre ellos. Bulhaca y Nico no entendían nada en absoluto, sus caras de sorpresa no pasaron desapercibida para la anciana, que sin dudarlo un momento les aclaro que dicha expresión era una expresión muy antigua, que procedía del latín, lengua de un tiempo pasado, y que significaba “cosecha el día”. La anciana les aconsejó que disfrutaran de todo lo que en esa aven­tura iban a ver, conocer, descubrir..que no tuvieran miedo ni reparo en aventurarse, que eran jóvenes y que les quedaba mucha vida por delante.

Bulhaca y Nico le preguntaron a la anciana el porqué de ese con­sejo a ellos...a lo que Fátima ( ese era el nombre de la anciana) respondió: yo ya soy mayor, he conocido el egoísmo y la envidia que desde hace mucho tiempo existe en este mundo, vosotros sois jó­venes e inocentes y este es el mejor consejo que os puedo ofrecer.

Así pues con este consejo de Fátima, fue como Bulhaca y su amigo Nico prosiguieron con la aventura. Admirando, sintiendo, disfrutan­do y aprendiendo de todo lo que veían, sentían, y vivían.

Según proseguían su viaje por aquellas tierras sanabresas, Bulhaca y Nico disfrutaron del olor a heno recién segado que se amontona­ba en torno a palos fuertemente clavados en la tierra y de la bri­sa fresca que rozaba sus hocicos ante la grandiosidad de afiladas agujas de granito que acariciaban un cielo completamente azul. Allí arriba, en un lugar que llamaban la Laguna de los Peces, había muchos otros animales pastando y bebiendo de su agua cristali­na. Yeguas y vacas acompañadas de sus potros y terneras, pacían plácidamente al son de enormes y ruidosos cencerros. Una de las vacas, seguida de cerca por su cría,se acercó a ellos meneando con parsimonia su cencero.

 

- Vosotros no sois de por aquí. ¿Qué os ha traído por estas tierras?.

- Estamos viviendo una aventura - se apresuró a decir Bulhaca, visi­blemente emocionada -, y estamos disfrutando de cada día. Es un consejo que nos dio una mujer sabia, se llama Fátima y vive en un pueblo junto al Lago.

- La conozco - contestó la vaca - . Sí, es una mujer sabia. ¿Os podéis creer que es de las pocas que quedan en aquel pueblo?. Cuando lle­ga el verano se llena de niños y de bicicletas, pero el resto del año quedan solo un puñado de ancianas y ancianos. Y lo mismo ocurre con los animales. Antes éramos muchos más, pero ahora apenas hay gente joven que quiera hacerse cargo de nosotros. Se me ocu­rre algo que podríais hacer para vivir una buena aventura, a la vez que nos prestáis una gran ayuda a los habitantes de esta comarca.

- ¿Por qué no visitáis las ciudades y les habláis del campo? De la vida de los pueblos de esta pequeña comarca, una vida dura y a la vez muy bonita, muy rica en experiencias, en sensaciones. Hablarle de lo bueno de cultivar la tierra... del olor de los huertos y de la co­secha recién recogida. Y claro, hablarle de los animales, de la vida en las granjas, de los huevos de las gallinas recién puestos de la leche fresca de las vacas, del canto de gallo al salir el sol...así a lo mejor ellos deciden volver a poblar estos pequeños pueblos que se están quedando vacíos con el paso de los años.

Entonces Bulhaca dijo:

- Y nosotros... ¿lo podremos hacer?

- Claro – les dijo la vaca – Si Fátima os dijo que no tuvierais miedo de vivir la aventura, deberías hacerlo.

 

En ese momento Bulhaca emprendió junto a Nico camino a Za­mora. Era una preciosa ciudad rodeada de murallas, junto al rio Duero y en la que sus gentes eran muy amables. Preguntaron por la catedral, y al verla se encontraron con un edificio de arquitectu­ra románica en la que les recibió el sacerdote Claudino, al que le indicaron que tenían la misión de dar a conocer la majestuosidad de los campos de la comarca y los animales que estaban deseando que los habitantes de las ciudades volviesen a los pueblos, donde serían más libres y podrían trabajar y vivir de lo que les darían las cosechas y los animales.

 

Pero el sacerdote Claudino no era más que un simple párroco de la Catedral. Las palabras de Bulhaca le sonaban a gloria celestial, y se imaginaba a todos los jóvenes que pasaban por la catedral pidiendo ayuda para comer viviendo en el campo y siendo felices. Pero les dijo que él no podía tomar esa decisión. Les indicó que de­berían ir a la gran ciudad de Salamanca, donde deberían preguntar, en su famosa Universidad, por el Catedrático don Guillermo Blanco y decirle que iban de su parte.

Y así lo hicieron. Siguieron camino y tras tres jornadas de dura ca­minata llegaron a la preciosa ciudad de Salamanca. Como le había comentado el sacerdote Claudino encontraron, en la calle Libreros, la universidad más antigua de España, y tercera de Europa, con 800 años de historia. Al preguntar por el catedrático, les llevaron a una sala donde había multitud de libros que, a simple vista, parecían muy antiguos. Allí esperaron hasta que Don Guillermo Blanco les recibió. El catedrático les escuchó atentamente. La idea de repoblar los campos le pareció una magnifica solución, y de inmediato dicto una orden para que se difundiese en toda la comarca la necesidad de que los jóvenes poblasen los campos de Castilla y León. Esto ga­rantizaría que tanto las tierras como los animales estuviesen mejor cuidados, además de posibilitar que las gentes de la comarca pu­dieran labrar un futuro mejor para ellos y para sus descendientes.

Bulhaca abrió y cerró los ojos tres veces seguidas. Estaba de nuevo en Atenor. Todo había sido un sueño